sábado, 25 de julio de 2009

Un artículo secreto de la Paz Perpetua

Si ya era chocante la primera expresión de Kant sobre el título `La paz Perpetua’ que mencionamos con el comienzo de este comentario, aún lo es más ésta. Me atrevo a pensar que éste es el punto de inflexión donde Kant deja de argumentar pensando por y para el estado y con esta “contradicción de la contradicción”, que diría su discípulo Hegel, aquí con “un artículo secreto” ante ti público, retoma el modo reflexivo.

Y, en efecto, algunas ediciones de la Paz Perpetua ya no incluyen este capítulo ni, por supuesto, y consecuentemente, los siguientes que son los propios del tema que realmente nos ocupa y del que éste tan breve es excelente introducción; la paz y la publicidad.

Ruega Kant en él que las autoridades presten atención a los filósofos, aunque sea en secreto, parece que para no dañar su propia reputación como autoridades, que ya te digo con Kant, aunque la razón esté igualmente repartida entre los individuos del mundo, quien tiene la fuerza tiene, por consiguiente, la razón. Algo que Kant nos muestra acatar sin más contemplaciones:

“Un artículo secreto en las negociaciones del derecho público constituye una contradicción evidente, pero estimado subjetivamente, de acuerdo con la calidad del individuo que lo dicta, puede aceptarse, pues cabe pensar que ese individuo no cree conveniente para su dignidad manifestarse en público, como autor del aludido artículo.”

El único artículo de esa especie va incluido en la proposición siguiente:

“Las máximas de los filósofos que se refieren a las condiciones de probabilidad de la paz pública, tendrán que considerarse y estudiarse por los estados preparados para la guerra.”

“Para la autoridad parece deprimente buscar enseñanzas en algunos de sus súbditos, los filósofos, pero éstos son incapaces de aceptar banderías y, por ende, no son sospechosos de proselitismo.” Este mismo párrafo cierra repitiéndose este breve capítulo!!.

Por este motivo, por no aceptar banderías, por ser un pensamiento reflexivo, por lo tanto, humano, el pensamiento del filósofo es el adecuado para la paz. Más que por no aceptar banderías habría que decir que por acogerse a la bandera blanca. Lo tuvo bien cerca Kant, casi a la mano (por otra parte, tampoco podría haberlo siguiera manifestado).

Kant, asume aquí que los filósofos puedan ser imparciales aún estando en diferentes estados (como los mohistas, los caballeros andantes, como las ONGs) y así pueden facilitar la circulación de la razón humana entre ellos. Válganos, en todo caso, como figura, pero podría ponerse en la realidad muy en duda. Así, podemos abundar más en este criterio de la siguiente manera: La diferencia principal entre los “filósofos” y los políticos, juristas, periodistas, etc. estaría, en ese caso, en que los primeros tienen, por una parte, como medio la razón humana y, por otra y principalmente el objeto que de la razón hacen o su argumentación tiene el fin de lograr la paz (perpetua) “sin la que no puede haber bien alguno”. Un estamento intermedio serían los escritores, quienes, mientras utilizan también la razón humana, reflexiva, queda indeterminado el fin de su uso. Mientras que el resto de los que también usan el lenguaje, se sabe que cuando argumentan o usan la razón la ponen por defecto al servicio de los intereses del estado, piensan por él, como poniéndose en su lugar, y así también pudiera ser que los filósofos como funcionarios del estado. Podemos ver cualquier debate en periódicos, radio, televisión, entre políticos, juristas, periodistas, etc. y siempre tienen como fin de su argumentación el interés del estado (y la población vive en ese caldo de cultivo que tiene que aceptar como lo único real). Y no pretenden más, al contrario, están dispuestos a ocultar o tergiversar información, sobre todo referente al ámbito internacional, con tal de favorecer ese interés general sin el menor empacho, supongo que en la confianza de que en el ámbito internacional nadie les va a llevar la contraria, dado que no se considera siquiera la posibilidad física de intercambiar argumentos con el extranjero[1].

El resto de este artículo es abundar y dar vueltas (quizás también porque no convenía o no podía decirlo claro) sobre un argumento que resume en la siguiente sentencia:

“La posesión de la fuerza perjudica inevitablemente el ejercicio de la razón”.

En efecto, la posesión de la fuerza, el arma, es ya el ejercicio de la fuerza, pues las armas actúan siempre en acto y, por lo tanto, son la negación de la razón en si –de hecho, el uso de éstas, el asesinato de alguien, por ejemplo, es algo diferente a eso.

Nos resulta ahora que la constitución republicana, de la que hablaba Kant y en la que depositaba tanta esperanza, no supone un cambio en su fundación básica en comparación con cualquier otro tipo de estado. El pueblo elige a su líder, pero lo más determinante no es ni la elección ni el líder, sino el cargo mismo, incorporar la violencia legitima según requiere el sistema de la unidad armada, y, que según hemos visto, se trata de “pensar por el estado”. El cargo de líder es representar el estado, una voluntad que determina a todas las voluntades en su interior, y ¿con qué fin? Ninguno propiamente. Bueno, con el fin de existir, esto es, de participar en la guerra absoluta.

Así jura o promete el presidente español para que nos hagamos una idea de sus fines como tal: “Juro lealtad al rey (jefe del ejército propiamente) defender (frente al ataque del hombre natural, supongo) la Constitución y guardar en secreto las deliberaciones del Consejo de Ministros.” No se puede decir que, como corresponde al líder, no tenga que ocultar algo, temer algo.

[1] Me permito referir aquí a una experiencia personal (no pienso que deba ocultarte, amigo, lo que sé y lo que pienso, como Kant mismo –cuanto más que quisiera en este punto desagraviarlo. Juro que sin acritud, pretendo que sea ilustrativa): He vivido 4 años en China y más de un año en Rusia y mi mujer es rusa. Antes era un vicioso lector de periódicos y cuando regresé a España tras 11 años de estancia en el extranjero, me llamó mucho la atención lo que escribían y como escribían los periodistas sobre Rusia y China y, al principio, frecuentemente escribía a los diarios para llamarles la atención sobre sus errores –y no ya sobre los tonos, modos y hechos sino en relación a la buena cortesía periodística (al día de hoy, 10 años más tarde, en la prensa española a los dirigentes chinos se les sigue llamando por su nombre propio en lugar de por su apellido, tipo “el presidente José Luis ha venido a” –sorprendentemente ¡extraña rebelión! no lo copian de los medios en inglés, que esto lo escriben bien), después, naturalmente, perdí el interés. Desconozco si sus artículos obedecían a su ignorancia, pienso que la clave está en que son países “enemigo”, como diría Carl Schmitt; a los que se apunta. Motivo recurrente de estos medios, como es lógico, es tomar de las fuentes anglosajonas, americanas (algunos de Francia también), tanto por lo que aportan de información como ideología (no se si alguien habrá reparado como la televisión española es 50% española y 50% estadounidense, no solo en las series sino en las noticias –no incluyo películas, claro).

Y, en mi opinión, peor que la de los periodistas era la situación de los políticos o personas a cargo de las relaciones o políticas con esos países y territorios, cuya ignorancia me producía hasta vergüenza. Es de suponer que los cargos o puestos de trabajo en general se dan en función de la relación, afinidad ideológica y política y clientelismo –ya que, en lo que refiere al ámbito internacional, apenas se puede esperar de nadie méritos por alguna otra preparación previa (esa, como puede ser el conocimiento de idiomas, se compra barata).

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