sábado, 1 de agosto de 2009

Sobre el desacuerdo entre la moral y la política

Parte Kant aquí de su propia formulación de moral “Obra de tal modo que la máxima de tu acción pueda ser considerada ley universal”. Y se dispone a considerar que no puede haber disputa entre la política y la moral, pues “habiendo acordado al concepto del deber su autoridad total, resulta manifiestamente ilógico decir luego que no “puede hacerse lo que él manda”. Es decir, afirma que es incongruente negar que la moral no se pueda llevar a la práctica en la acción política.

Pero en esa disposición moral y política del hombre se da superioridad en la acción en común; la política, que es funcional, y no libre como la moral, por lo que la moral (personal) ha de subordinarse a ella: El principio moral de Kant; “actúa de tal modo que tu máxima pueda ser considerada ley universal” , no puede llevarse a cabo ya que cada individual está integrado en una unidad armada, un estado, con lo que, políticamente tiene por misión hacer el mal a los otros (so pena de perjudicar a los tuyos), de modo que no hay más opción que el mal –o el mal; en la guerra (absoluta), que es lo mismo las armas que la guerra “no puede haber bien alguno”, como nos dice don Quijote

Insiste Kant afirmando que la moral no se inclina ante la fuerza, que el deber es incondicional; este ha de ejecutarse caiga quien caiga. Esto es; “la razón no tiene penetración suficiente para conocer las causas que son antecedentes y determinantes de las cosas. Desea ese conocimiento pero no lo logra, sin embargo, conoce el deber”.

El propósito práctico (condicional, frente a la incondicionalidad del deber) “nos arrebata la esperanza de que el hombre ponga los medios para lograr la paz perpetua. No es suficiente que los hombres estén a favor de una constitución legal según una voluntad ‘distributiva’, se necesita la unidad ‘colectiva’ de la voluntad general. Hace falta que todos lo deseen, para lo que es preciso una causa que los acerque (realmente es el ‘enemigo’ lo que “acerca” al estado, tal como decía Rousseau, que una vez formada tal “sociedad” era ineludible que se formasen todas las demás para defenderse de ella, so pena que quedar todos sometidos) y que constituya la voluntad general. De esa carencia de voluntad se sigue, según Kant, que, para ejecutar tal idea, el estado legal comenzará por utilizar métodos violentos y con esa coacción organizará luego el derecho público. De modo que, dice Kant, como los hombres no desean la causa de la paz, el estado comenzará a utilizar métodos violentos para implantarla.

Vale, ya lo ha conseguido. Deseemos, pues, amigos, la paz, que es el desarme, para no dar ya razón, o medios -que resulta ser lo mismo- a la agresión del estado.

La esperanza de Kant en el progreso humano, en la salvación de la humanidad, reside en el derecho; “si se cree que es absolutamente forzoso juntar el concepto de derecho a la política, y hasta elevarlo a la altura de condición limitativa de la política, entonces es necesario aceptar la existencia de una armonía entre las dos esferas (la moral y la política)”. Y lo confirma así: “un régimen legal, aunque no sea conforme a la justicia, vale más que ningún régimen”. Y así, ¡hala! a esperar el progreso del régimen legal que se ira produciendo en ocasiones oportunas hasta alcanzar la Paz Perpetua.

En efecto, Kant elabora como, tras esa unión coactiva, se puede dar un avance en las constituciones de los estados hacia la constitución republicana, la adecuada para la paz perpetua. Para eso cuenta con el político moral, uno que tenga en cuenta la moral en la política –a quien distingue del moralista político –que forja una moral al servicio de un propósito, del que dice; el político hábil se rige por las siguientes máximas: “Haz y justifica”, “Si lo hiciste, niégalo” “Divide y reinarás” y concluye que “en lo que concierne a estas máximas al estado no le avergüenza la publicidad, sino el fracaso de sus estratagemas, pues siempre queda intacta la honra política a la que se aspira, es decir, el engrandecimiento del Poder por el medio que fuere.”

“Para terminar con tanto sofisma, aunque no con la iniquidad que se ampara dentro del sofisma; para obligar a los seudorepresentantes de los poderosos del mundo a confesar que lo que defienden no es el derecho, sino la fuerza, cuyo tono y forma adoptan, como si fueran ellos quienes mandan; para concluir con todo esto, convendrá descubrir el artificio con que engañan a los demás y a sí mismos, y expresar cual es el principio supremo en que se base la idea de la paz perpetua.” Lo dice en el siguiente capítulo.

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