sábado, 1 de agosto de 2009

¡Felices Vacaciones!

Gracias por llegar hasta aquí.

El concepto trascendental de derecho

La publicidad está implícita en toda pretensión de derecho, independientemente de su contenido, afirma Kant.

“Sin publicidad no existiría la equidad –que es la que administra y define el derecho- pues ésta no se concibe escondida.”

“Toda pretensión de derecho tiene que estar basada en la capacidad de publicar.” “Como es tan sencillo de advertir, si esa capacidad de publicarse radica o no en un caso particular, es decir, si es o no compatible con las máximas del que intenta la acción, se desprende de esto que puede servir como criterio a priori de la razón, para conocer de inmediato, como por un experimento, la verdad o falsedad de la pretensión aludida”.

Esto es; quien quiere llevar a cabo un objetivo y necesita el concurso de otros, o bien les fuerza o bien están de acuerdo con lo que propone, pues les vale a ellos también –y en este caso hay derecho. Así, la pretensión del que propone la acción, al poner al descubierto su máxima, se descubre ante los demás de modo tal que puedan juzgarla y decidir adecuadamente sobre si les conviene participar o no.

Por lo que, “prescindiendo de todo contenido presente en el concepto de derecho, encontramos el siguiente razonamiento que podría denominarse 'formula trascendental del derecho público': Las acciones relativas al derecho de los hombres son injustas, si su máxima no acepta la publicidad.”

Hay que advertir inmediatamnte que la publicidad refiere "ante juicio de la razón", pues se puede cometer cualquier injusticia limitando su publicidad a una parte mientras se les oculta a otros. Y esto es cosa que de inmediato sucede en el ámbito del estado que no debe preocuparse de lo que piensen en los otros.


II

En la práctica, una máxima injusta no puede hacerse pública, ya que provocaría la oposición de los otros y, por tanto, impediría o, al menos, dificultaría el que se llevase a cabo con éxito el objetivo que se propone. Este principio “negativo”, que no nos dice lo que es justo sino tan solo lo que es injusto, lo utiliza Kant para analizar los derechos que maneja en este tratado; el público, el de gentes –o de los estados- y el de “ciudadanía mundial” –del que no llega a especificar nada por estar “íntimamente identificado con el derecho de gentes”.

Así, como ejemplo, dice: “En lo que respecta al derecho político interno, hay un problema que muchos creen difícil de resolver y que la base trascendental de la publicidad soluciona con facilidad: ¿la revolución es un medio legítimo para que un pueblo se emancipe de la opresión de un tirano, no por el título sino por el ejercicio de tal? Los derechos del pueblo yacen escarnecidos y al tirano no se le hace injusticia alguna destituyéndolo, sin duda. No obstante, es absolutamente ilegítimo, por parte de los súbditos reivindicar su derecho de ese modo y no pueden de ninguna manera lamentarse de la injusticia recibida, si son vencidos en la demanda y forzados a cumplir las penas resultantes”.

Si se estipulase tal derecho –el de la rebelión- a la hora de cerrar el pacto social, el soberano ya no sería tal, pues el poder del soberano es absoluto. Y, por lo mismo, el soberano no necesita esconder nada, por el contrario, lo que le conviene es siempre hacer pública su voluntad, pues al ser soberano su voluntad es la ley. Éste era precisamente el pensamiento explícito de la escuela legalista china que llevó al poder a Qin Shihuang y unificó por primera vez China -así entendieron la esencia de la soberanía.

“La ilegitimidad de la sublevación se manifiesta de modo evidente, ya que la máxima en que se base no puede hacerse pública sin destruir el propósito mismo del Estado. Pues sería necesario esconderla. Por el contrario, el soberano no necesita esconder nada. Puede decir libremente que reprimirá con la muerte toda sublevación, aun cuando los sublevados crean que ha sido el soberano el primero que violó la ley básica.

Si el soberano tiene conciencia de que posee el irresistible poder supremo –y hay que aceptar que eso es así en toda constitución civil, ya que quien no tuviera fuerzas suficientes como para amparar a las personas unas contra otras, tampoco tendría derecho a mandarlas “no debe preocuparse mayormente de que la difusión de su máxima destruya sus finalidades”. Por ejemplo, en el orden internacional esto vale para la prohibición de las potencias a los estados más débiles de que se armen (nuclear, química o biológicamente), lo que nos resulta en una "injusticia" pública (aunque lo apoye la ONU).

En el ámbito del derecho de gentes, la publicidad, aquí ideología, la religión, etc. más que el derecho del estado (Kant dice que solo puede haber derecho en un marco jurídico que lo aporta la Federación), está en función no de la justicia (moralidad), benevolencia, que pretenda sino de la publicidad de las máximas, es decir; el que más publicidad puede hacer de sus máximas es el que "lleva razón". Y el que más publicidad puede hacer de si mismo es el hegemón.

De modo que sin ese marco jurídico, el derecho de gentes, las relaciones internacionales, Kant dice; “Así pues la publicidad de las máximas nos muestra el criterio en que la política no se ajusta a la moral. ¿Cuál es la condición bajo la cual las máximas de la política están de acuerdo con el derecho de gentes? Porque la conclusión inversa no tiene valor; no puede decirse que las máximas compatibles con la publicidad sean todas justas. Quien cuenta con la soberanía absoluta, no necesita esconder sus máximas.”

A la vista de la situación, propone entonces Kant el principio Trascendental Afirmativo del Derecho Público; “Todas las máximas que necesitan la publicidad para lograr su finalidad están de acuerdo al mismo tiempo con el derecho y la política juntos”. Y lo explica así “porque si es solo a través de la publicidad que son capaces de conseguir la finalidad que los mueve, es porque están de acuerdo con el fin general del público: la felicidad”.

Se cierra el círculo con el que comenzó este capítulo.

II

La “acción” de su Principio es "necesitar" la publicidad como única condición para lograr su propósito, ya que, en efecto, su máxima necesita ser comunicada, transmitida al otro, pero ya no para justificarse, o por imposición sino para realmente poder interactuar, cooperar según su propósito, ahora común, de acuerdo con él.

Así tenemos que el desarme unilateral de una unidad armada no resulta en el desarme, sino en la recomposición de la jerarquía, otra unidad armada tomará su lugar y garantizará la propiedad, la ley, etc. –ese desarme unilateral resulta posiblemente en una mayor violencia, en el rearme incluso. De modo que el desarme solo puede ser una actividad recíproca, mediada, necesita de la publicidad de su máxima para poder ser llevado a cabo -al tiempo que, en efecto, persigue la felicidad humana. (Recuerdo para mejor entendimiento la idea de Rousseau de que la creación de tal sociedad, soberanía, estado, unidad armada, da lugar ineludiblemente a todas las demás sociedades con las misma características, para evitar ser absorvidas por esa sociedad armada ya constituida. En este sentido se ve que u arma son todas las armas. La creación de un arma es la creación de todas las armas).

Por otra parte, su otra desdichada prueba es que el desarme no tiene tal publicidad –y la necesita- porque coincide en no ser del interés de ningún estado, todos ellos se acogen a la doctrina de la maldad de la naturaleza humana. Pero, realmente, los estados existen unos contra otros, unas armas son contra otras más bien que para hacer obedecer al pueblo y los estados no son otra cosa que la negación del otro.

Dice Kant que deja “para otra oportunidad el desarrollo de tal principio”.

De modo que la máxima de nuestra acción fundamental del principio trascendental afirmativo del derecho público queda así: “Obra de tal modo que tu acción conduzca al desarme (que no es el desarme unilateral como hemos visto, sino la publicidad del desarme como principio de todo derecho).

El desarme no solo tiene sentido por si mismo, sino en su referencia a la razón humana, a la que ofrece un criterio, un objeto sobre el cual pueda ésta mediar, resolver la relación entre los hombres tal como se plantea Kant.

Sobre el desacuerdo entre la moral y la política

Parte Kant aquí de su propia formulación de moral “Obra de tal modo que la máxima de tu acción pueda ser considerada ley universal”. Y se dispone a considerar que no puede haber disputa entre la política y la moral, pues “habiendo acordado al concepto del deber su autoridad total, resulta manifiestamente ilógico decir luego que no “puede hacerse lo que él manda”. Es decir, afirma que es incongruente negar que la moral no se pueda llevar a la práctica en la acción política.

Pero en esa disposición moral y política del hombre se da superioridad en la acción en común; la política, que es funcional, y no libre como la moral, por lo que la moral (personal) ha de subordinarse a ella: El principio moral de Kant; “actúa de tal modo que tu máxima pueda ser considerada ley universal” , no puede llevarse a cabo ya que cada individual está integrado en una unidad armada, un estado, con lo que, políticamente tiene por misión hacer el mal a los otros (so pena de perjudicar a los tuyos), de modo que no hay más opción que el mal –o el mal; en la guerra (absoluta), que es lo mismo las armas que la guerra “no puede haber bien alguno”, como nos dice don Quijote

Insiste Kant afirmando que la moral no se inclina ante la fuerza, que el deber es incondicional; este ha de ejecutarse caiga quien caiga. Esto es; “la razón no tiene penetración suficiente para conocer las causas que son antecedentes y determinantes de las cosas. Desea ese conocimiento pero no lo logra, sin embargo, conoce el deber”.

El propósito práctico (condicional, frente a la incondicionalidad del deber) “nos arrebata la esperanza de que el hombre ponga los medios para lograr la paz perpetua. No es suficiente que los hombres estén a favor de una constitución legal según una voluntad ‘distributiva’, se necesita la unidad ‘colectiva’ de la voluntad general. Hace falta que todos lo deseen, para lo que es preciso una causa que los acerque (realmente es el ‘enemigo’ lo que “acerca” al estado, tal como decía Rousseau, que una vez formada tal “sociedad” era ineludible que se formasen todas las demás para defenderse de ella, so pena que quedar todos sometidos) y que constituya la voluntad general. De esa carencia de voluntad se sigue, según Kant, que, para ejecutar tal idea, el estado legal comenzará por utilizar métodos violentos y con esa coacción organizará luego el derecho público. De modo que, dice Kant, como los hombres no desean la causa de la paz, el estado comenzará a utilizar métodos violentos para implantarla.

Vale, ya lo ha conseguido. Deseemos, pues, amigos, la paz, que es el desarme, para no dar ya razón, o medios -que resulta ser lo mismo- a la agresión del estado.

La esperanza de Kant en el progreso humano, en la salvación de la humanidad, reside en el derecho; “si se cree que es absolutamente forzoso juntar el concepto de derecho a la política, y hasta elevarlo a la altura de condición limitativa de la política, entonces es necesario aceptar la existencia de una armonía entre las dos esferas (la moral y la política)”. Y lo confirma así: “un régimen legal, aunque no sea conforme a la justicia, vale más que ningún régimen”. Y así, ¡hala! a esperar el progreso del régimen legal que se ira produciendo en ocasiones oportunas hasta alcanzar la Paz Perpetua.

En efecto, Kant elabora como, tras esa unión coactiva, se puede dar un avance en las constituciones de los estados hacia la constitución republicana, la adecuada para la paz perpetua. Para eso cuenta con el político moral, uno que tenga en cuenta la moral en la política –a quien distingue del moralista político –que forja una moral al servicio de un propósito, del que dice; el político hábil se rige por las siguientes máximas: “Haz y justifica”, “Si lo hiciste, niégalo” “Divide y reinarás” y concluye que “en lo que concierne a estas máximas al estado no le avergüenza la publicidad, sino el fracaso de sus estratagemas, pues siempre queda intacta la honra política a la que se aspira, es decir, el engrandecimiento del Poder por el medio que fuere.”

“Para terminar con tanto sofisma, aunque no con la iniquidad que se ampara dentro del sofisma; para obligar a los seudorepresentantes de los poderosos del mundo a confesar que lo que defienden no es el derecho, sino la fuerza, cuyo tono y forma adoptan, como si fueran ellos quienes mandan; para concluir con todo esto, convendrá descubrir el artificio con que engañan a los demás y a sí mismos, y expresar cual es el principio supremo en que se base la idea de la paz perpetua.” Lo dice en el siguiente capítulo.

sábado, 25 de julio de 2009

Un artículo secreto de la Paz Perpetua

Si ya era chocante la primera expresión de Kant sobre el título `La paz Perpetua’ que mencionamos con el comienzo de este comentario, aún lo es más ésta. Me atrevo a pensar que éste es el punto de inflexión donde Kant deja de argumentar pensando por y para el estado y con esta “contradicción de la contradicción”, que diría su discípulo Hegel, aquí con “un artículo secreto” ante ti público, retoma el modo reflexivo.

Y, en efecto, algunas ediciones de la Paz Perpetua ya no incluyen este capítulo ni, por supuesto, y consecuentemente, los siguientes que son los propios del tema que realmente nos ocupa y del que éste tan breve es excelente introducción; la paz y la publicidad.

Ruega Kant en él que las autoridades presten atención a los filósofos, aunque sea en secreto, parece que para no dañar su propia reputación como autoridades, que ya te digo con Kant, aunque la razón esté igualmente repartida entre los individuos del mundo, quien tiene la fuerza tiene, por consiguiente, la razón. Algo que Kant nos muestra acatar sin más contemplaciones:

“Un artículo secreto en las negociaciones del derecho público constituye una contradicción evidente, pero estimado subjetivamente, de acuerdo con la calidad del individuo que lo dicta, puede aceptarse, pues cabe pensar que ese individuo no cree conveniente para su dignidad manifestarse en público, como autor del aludido artículo.”

El único artículo de esa especie va incluido en la proposición siguiente:

“Las máximas de los filósofos que se refieren a las condiciones de probabilidad de la paz pública, tendrán que considerarse y estudiarse por los estados preparados para la guerra.”

“Para la autoridad parece deprimente buscar enseñanzas en algunos de sus súbditos, los filósofos, pero éstos son incapaces de aceptar banderías y, por ende, no son sospechosos de proselitismo.” Este mismo párrafo cierra repitiéndose este breve capítulo!!.

Por este motivo, por no aceptar banderías, por ser un pensamiento reflexivo, por lo tanto, humano, el pensamiento del filósofo es el adecuado para la paz. Más que por no aceptar banderías habría que decir que por acogerse a la bandera blanca. Lo tuvo bien cerca Kant, casi a la mano (por otra parte, tampoco podría haberlo siguiera manifestado).

Kant, asume aquí que los filósofos puedan ser imparciales aún estando en diferentes estados (como los mohistas, los caballeros andantes, como las ONGs) y así pueden facilitar la circulación de la razón humana entre ellos. Válganos, en todo caso, como figura, pero podría ponerse en la realidad muy en duda. Así, podemos abundar más en este criterio de la siguiente manera: La diferencia principal entre los “filósofos” y los políticos, juristas, periodistas, etc. estaría, en ese caso, en que los primeros tienen, por una parte, como medio la razón humana y, por otra y principalmente el objeto que de la razón hacen o su argumentación tiene el fin de lograr la paz (perpetua) “sin la que no puede haber bien alguno”. Un estamento intermedio serían los escritores, quienes, mientras utilizan también la razón humana, reflexiva, queda indeterminado el fin de su uso. Mientras que el resto de los que también usan el lenguaje, se sabe que cuando argumentan o usan la razón la ponen por defecto al servicio de los intereses del estado, piensan por él, como poniéndose en su lugar, y así también pudiera ser que los filósofos como funcionarios del estado. Podemos ver cualquier debate en periódicos, radio, televisión, entre políticos, juristas, periodistas, etc. y siempre tienen como fin de su argumentación el interés del estado (y la población vive en ese caldo de cultivo que tiene que aceptar como lo único real). Y no pretenden más, al contrario, están dispuestos a ocultar o tergiversar información, sobre todo referente al ámbito internacional, con tal de favorecer ese interés general sin el menor empacho, supongo que en la confianza de que en el ámbito internacional nadie les va a llevar la contraria, dado que no se considera siquiera la posibilidad física de intercambiar argumentos con el extranjero[1].

El resto de este artículo es abundar y dar vueltas (quizás también porque no convenía o no podía decirlo claro) sobre un argumento que resume en la siguiente sentencia:

“La posesión de la fuerza perjudica inevitablemente el ejercicio de la razón”.

En efecto, la posesión de la fuerza, el arma, es ya el ejercicio de la fuerza, pues las armas actúan siempre en acto y, por lo tanto, son la negación de la razón en si –de hecho, el uso de éstas, el asesinato de alguien, por ejemplo, es algo diferente a eso.

Nos resulta ahora que la constitución republicana, de la que hablaba Kant y en la que depositaba tanta esperanza, no supone un cambio en su fundación básica en comparación con cualquier otro tipo de estado. El pueblo elige a su líder, pero lo más determinante no es ni la elección ni el líder, sino el cargo mismo, incorporar la violencia legitima según requiere el sistema de la unidad armada, y, que según hemos visto, se trata de “pensar por el estado”. El cargo de líder es representar el estado, una voluntad que determina a todas las voluntades en su interior, y ¿con qué fin? Ninguno propiamente. Bueno, con el fin de existir, esto es, de participar en la guerra absoluta.

Así jura o promete el presidente español para que nos hagamos una idea de sus fines como tal: “Juro lealtad al rey (jefe del ejército propiamente) defender (frente al ataque del hombre natural, supongo) la Constitución y guardar en secreto las deliberaciones del Consejo de Ministros.” No se puede decir que, como corresponde al líder, no tenga que ocultar algo, temer algo.

[1] Me permito referir aquí a una experiencia personal (no pienso que deba ocultarte, amigo, lo que sé y lo que pienso, como Kant mismo –cuanto más que quisiera en este punto desagraviarlo. Juro que sin acritud, pretendo que sea ilustrativa): He vivido 4 años en China y más de un año en Rusia y mi mujer es rusa. Antes era un vicioso lector de periódicos y cuando regresé a España tras 11 años de estancia en el extranjero, me llamó mucho la atención lo que escribían y como escribían los periodistas sobre Rusia y China y, al principio, frecuentemente escribía a los diarios para llamarles la atención sobre sus errores –y no ya sobre los tonos, modos y hechos sino en relación a la buena cortesía periodística (al día de hoy, 10 años más tarde, en la prensa española a los dirigentes chinos se les sigue llamando por su nombre propio en lugar de por su apellido, tipo “el presidente José Luis ha venido a” –sorprendentemente ¡extraña rebelión! no lo copian de los medios en inglés, que esto lo escriben bien), después, naturalmente, perdí el interés. Desconozco si sus artículos obedecían a su ignorancia, pienso que la clave está en que son países “enemigo”, como diría Carl Schmitt; a los que se apunta. Motivo recurrente de estos medios, como es lógico, es tomar de las fuentes anglosajonas, americanas (algunos de Francia también), tanto por lo que aportan de información como ideología (no se si alguien habrá reparado como la televisión española es 50% española y 50% estadounidense, no solo en las series sino en las noticias –no incluyo películas, claro).

Y, en mi opinión, peor que la de los periodistas era la situación de los políticos o personas a cargo de las relaciones o políticas con esos países y territorios, cuya ignorancia me producía hasta vergüenza. Es de suponer que los cargos o puestos de trabajo en general se dan en función de la relación, afinidad ideológica y política y clientelismo –ya que, en lo que refiere al ámbito internacional, apenas se puede esperar de nadie méritos por alguna otra preparación previa (esa, como puede ser el conocimiento de idiomas, se compra barata).

sábado, 18 de julio de 2009

La garantía de la paz perpetua, según Kant

“La garantía de la paz perpetua se encuentra precisamente en el grandioso artista: la Naturaleza”…“que desea a toda costa que el derecho conserve por fin su supremacía. Lo que el hombre no haga en este punto, lo hará ella, pero a coste de grandes sufrimientos y sacrificios”.

Viene a decir con esto Kant que no es la voluntad del hombre la garantía de la paz sino la Providencia que tiene todo previsto para que el hombre, en la búsqueda de sus fines individuales -sin él siquiera comprenderlo-, se vea abocado a la paz.

Lo explica así: “Llamaremos a quienes componen esas fuerzas (de curso mecánico que se dan en la Naturaleza), en ocasiones el ‘azar’ si creemos que es el resultado de causas cuyas leyes de acción desconocemos, en otras ocasiones le diremos ‘providencia’ al advertir la finalidad de que hace gala en el curso del mundo, como honda sabiduría de una causa suprema”. “El uso del término naturaleza, según el sentido que le damos aquí, teórico y no religioso, es más propio de la limitación de la razón humana, que ha de mantenerse dentro de los límites de la experiencia posible, en lo referido a relación de causas y efectos”. “¿Acaso nosotros podríamos conocer, sondear y acercarnos orgullosamente en vuelo rápido al misterio de sus propósitos impenetrables?”.

Kant limita injustamente la capacidad de nuestro entendimiento y de la razón en lo que refiere a juzgar o comprender una relación puramente humana como es la guerra –aunque no sepamos adonde va el mundo y de donde viene. Al respecto de nuestra convivencia lo sabemos todo sin duda alguna. Acaso no sepamos las leyes definitivas de la naturaleza del universo pero el sentido de nuestras relaciones se conoce en la intencionalidad o finalidad presente tanto en las acciones como en los objetos, lo que se hace patente en su uso (en este caso el arma como lo más determinante).

Ese mismo hecho de que Kant manifieste su ignorancia, que le deja en el espacio infinito de la especulación sin determinación alguna, es el mismo que le permite generar una garantía de la paz perpetua en la naturaleza. Así como Cervantes dice que "el fin de la guerra es la paz", y bromea para que nuestra discreción, nuestra inteligencia reflexione sobre ello y solo pueda concluir en que cualquier juego de palabras, ideología, vale para justificar cualquier cosa, y que las palabras no tienen que ver con la realidad, Kant se permite argumentar, apelando a la providencia, con el fin de poner una esperanza a su deseo.

En efecto, todos los ejemplos que expone Kant a continuación para demostrar la “providencia” son fácilmente refutables.

Enumera Kant, entre otros casos, los siguientes:

1º.

"Es la guerra la que ha obligado a los hombres a extenderse por todo el planeta". Ya decía Heráclito que la guerra era la madre de todas las cosas, cuanto menos de esta tan simple.

"El espíritu guerrero fue apreciado en los caballeros andantes como valor en si mismo". Los verdaderos caballeros andantes, a diferencia de los de pacotilla, encuentran la dignidad de la guerra en tener un criterio de justicia humano, distinto al del estado, pero nunca propiamente en el espíritu guerrero, véase el caso de los mohistas que predicaban el amor universal y estaban a favor del desarme. Y en ese sentido, para mi, los caballeros andantes de hoy son las ONGs.

Y finaliza este apartado señalando que, "la guerra es realmente la que lleva a la paz al dar lugar al derecho público republicano, utilizando más eficazmente las fuerzas contrapuestas en él para dar mayor poder al estado". En efecto, ya había hecho notar Rousseau que el sistema democrático (el republicano como lo llama Kant, aunque haya rey) es más potente –mortífero- que los otros, como demostraron Grecia y Roma en su día y más recientemente han hecho los imperios francés, inglés y estadounidense. Cuando Napoleón puso de rodillas a los ejércitos de los estados absolutistas europeos, estaba certificando y poniendo sello a la teoría y predicción de Rousseau, algo que con las mismas palabras ya había hecho notar Heródoto sobre los griegos y su superioridad frente a los persas; esto es, que un estado que consiente mayores libertades y propiedad privada se hace más fuerte en tanto que potencia sus recursos. En efecto, la democracia (república según Kant) involucra a sus ciudadanos en los objetivos del Estado, les fuerza a que los hagan propios, lo que, por tanto, no quiere decir, ni mucho menos, que sean mejores con respecto a los otros seres humanos o en relación a la paz, que es de lo que hablamos aquí.

“Aun cuando un pueblo no quisiera reducirse al imperio de leyes públicas, para evitar las discordias interiores tendría que hacerlo, porque la guerra exterior le obligaría a ello.” Parte aquí Kant de la premisa de Rousseau, de que “La société naissante donna lieu au plus affreux état de guerre”. La sociedad naciente da lugar al más horrible estado de guerra.[1]
“Todo pueblo, en efecto, según la disposición general ordenada por la Naturaleza, tiene pueblos vecinos que le acosan, y para defenderse de ellos ha de organizarse como potencia, es decir, ha de convertirse interiormente en un Estado”. Es ahora Kant el que nos está diciendo que un Estado es básicamente una unidad armada, esto es, un arma. Ha identificado su ser, su uso. Sin embargo, no abunda ni profundiza en su descubriento -tampoco le estaba permitido hacerlo.


2.

La providencia lleva a la paz en tanto que ha dado lugar al derecho de gentes. “La idea del derecho de gentes presupone la separación en muchísimos estados vecinos independientes unos de otros. Esta situación es bélica en si misma a menos que exista entre naciones una unión federativa que impida el inicio de las hostilidades. Pero esta división en estados independientes está más de acuerdo con la idea de la razón, que la anexión de todos por una potencia triunfante, que se transforme en una monarquía universal. En efecto, las leyes pierden eficacia cuando el gobierno se extiende a territorios más amplios y nace un despotismo sin alma que primero termina con los gérmenes del bien y finalmente llega la anarquía”. Kant, sin duda, tiene en mente el caso chino, sobre el que ya he comentado antes –pues ya vemos que se interesa mucho por las costumbres de los pueblos, a los que viste con su peluca.

“De todos modos, el deseo del Estado (o de su príncipe) es lograr la paz perpetua por medio de la conquista de todo el mundo. Sin embargo, la Naturaleza quiere algo diferente. Se sirve de dos medios para impedir la confusión de los pueblos y conservarlos separados: la diferencia de idioma y de religiones. Estas diferencias siempre contienen en su seno un germen de odio y un pretexto de guerras, pero con el aumento de la cultura y el aumento progresivo de los hombres vinculados por principios comunes lleva a intelectos de paz, que no se basan y aseguran como hace el despotismo, en la necrópolis de la libertad y el aniquilamiento de las fuerzas, sino en un equilibrio de energías activas, luchando en competencia.”

Kant, aprecia que las diferencias “de idiomas y religiones” llevan a “intelectos de paz”, algo auténticamente sorprendente, pues la religión se basa en la creencia irracional y los diferentes idiomas no son sino una traba para el entendimiento.

Pero vamos, en el mismo sentido, se puede agregar que la guerra entre estados, como la que se da permanentemente entre los europeos o entre los griegos de las polis o en los estados anteriores a la unificación en China, hace que efectivamente los estados puedan ejercer menos control totalitario sobre el individuo y en esas condiciones se puedan dar escuelas de pensamiento y propuestas de paz reflexivas, como así acontece en China hasta antes de la unificación o en la Grecia Clásica de las Polis o en la Europa Moderna, cosa que no se puede dar sin ese ‘descontrol’ del estado, ya que en caso de controlar todo acaba con toda esperanza de paz (perpetua) en este mundo como hace el despotismo. Ejemplos de ello son la estricta disciplina doctrinal Católica en el Imperio español, la doctrina Confucionista en el Imperio Chino, etc. casos en los que no ha lugar la discusión ni la razón.

3.

Y la providencia lleva a la paz en tanto que lo mismo que separa a los estados, por el beneficio recíproco, los acerca y une también crea el concepto de derecho universal de ciudadanía. “Tarde o temprano se apodera de los pueblos el espíritu comercial, incompatible con la guerra.”

Política ésta que sigue el estado chino; su política explícita es poner en suspenso los conflictos –todos ellos siempre relativos a soberanía (la soberanía es la causa de la guerra, dice Rousseau)- para concentrarse en la cooperación, en la explotación conjunta y el intercambio económico a la búsqueda de un beneficio mutuo, que si bien es, en efecto, “incompatible” con la guerra caliente, no lo es en relación a la guerra absoluta y a la carrera armamentística. Con esa estrategia se le supone a China imparable hacia la hegemonía mundial, por lo que no es extraño que la promocione.

[1] En cuanto unos hombres se unieron en sociedad, condenaron
a los demás a hacer lo mismo. «De la prendere société jormée s'ensuit
la formation de toutes les autres. II faut en faire partie ou s'unir pour lui
resister. 11 faut l'imiter ou se laisser engloutir par elle» (2). Ya lo había
dicho en el Discours sur l'inégalité: «On voit aisément comment iétablissement d'une seule société rendit indispensable celui de toutes les autres, et comment, pour faire tete á des forces unies, il fallut s'unir á son tour.»

sábado, 11 de julio de 2009

Del falso fundamento de las Bases Definitivas de la Paz Perpetua

Bases definitivas de la paz perpetua entre los estados.

En este capítulo, que lógicamente toman los pensadores (publicados) como el de referencia de la Paz Perpetua, Kant se mantiene en la contradicción; busca hacer la paz por la mediación del estado y, sin embargo, la finalidad del estado, la unidad armada, es la guerra, indendientemente de como organice su gobierno (el democrático, la cesión de la propiedad a los particulares, como veían los griegos, Rousseau y otros, simplemente genera más poder para el estado que es de lo que se trata).

Kant nos representa al estado como un ente creado o emergido para sacar al hombre del estado de naturaleza y ponerlo en un estado de libertades o derechos, por lo que, ahora, una vez más y analógicamente, en un paso superior del mismo proceso se establecería una federación de estados capaz de hacer con los estados lo ya hecho o sucedido con los hombres: civilizarlos, someterlos a derecho, algo que se impondría en virtud del interés de una mayoría de ellos siempre firme en, ante todo, mantener, conservar la federación como modo de evitar la guerra. Exactamente el mismo fallido proyecto del abad de Saint Pierre.

La diferencia de la propuesta kantiana es que éste establece que el sistema de gobierno de los estados a confederarse sea republicano, algo que Kant establece y define como el sistema opuesto al despotismo, no importa sea monárquico –que puede serlo, (a Kant también el dio un toque en su día el emperador de Prusia, del que era súbdito).

Las Bases Definitivas de al Paz Perpetua que establece Kant son tres: en lo que refiere al derecho público; que todos los estados sean repúblicas (algo que sucede prácticamente en la actualidad), en lo que refiere al derecho de Gentes (el derecho internacional o entre los Estados); que formen una Federación de Paz de estados independientes y en cuanto al derecho humano; que el derecho de ciudadanía universal se limite a las condiciones de hospitalidad universal.

No voy a comentar esos derechos; voy a limitarme y dirigirme a la breve introducción que de éste capítulo hace Kant de la siguiente manera “La paz no es un estado natural en el que los hombres viven unidos. El estado natural es más bien el de la guerra” Introducción que le sirve para fundamentar el derecho en si como la forma no solo de la paz, de la libertad, etc.

"La paz entre hombres que viven juntos no es un estado de naturaleza -status naturalis-; el estado de naturaleza es más bien la guerra, es decir, un estado en donde, aunque las hostilidades no hayan sido rotas, existe la constante amenaza de romperlas. Por tanto, la paz es algo que debe ser «instaurado»; pues abstenerse de romper las hostilidades no basta para asegurar la paz, y si los que viven juntos no se han dado mutuas seguridades -cosa que sólo en el estado «civil» puede acontecer, cabrá que cada uno de ellos, habiendo previamente requerido al otro, lo considere y trate, si se niega, como a un enemigo.

¿Seres autoconscientes, razonables e inteligentes que no se dan seguridades? ¿Por?

Insiste Kant:

"La autoridad suprema, al tener poder sobre los demás, brinda el recurso útil de tales seguridades”, “la anarquía representa una amenaza permanente para mi persona”.“Por lo general se acepta que una persona no pueda ser enemiga de otra, si antes ésta no le ha agredido de hecho”, pero esto “solo sucede en el estado civil”, pues “si quienes viven juntos no se dan mutuas seguridades puede ocurrir que cada uno requiera algo de otro, lo juzgue, y en caso de obtener una negativa, lo tome como adversario”. Por tanto, “la paz es algo que debe ser implantada”.

El planteamiento de Kant definiendo la libertad como posible solo en un ámbito civil, legal, 'regulado por unas leyes escritas' resulta convincente por ser la posición de la autoridad, del poderoso, sea éste quien sea; la posición del derecho (romano), por ejemplo, creado por el fuerte y que conviene a la superpotencia, la “ideología” adecuada para ejercer y mantener su predominio, pues tal posición implica y bendice su ventaja (armada) y derecho a agredir a quien pretenda armarse y/o emanciparse de su predominio. Esta definición de libertad civil, por lógica que nos parezca, no es sino una expresión de la necesaria subordinación del pensamiento al poder, como ahora veremos:

Kant soluciona esa condición “natural” de agresión mutua a causa de la naturaleza del ser humano al hacer el “arma pública” es decir, que el arma, o la violencia, se utilice solo según una justicia determinada legítimamente, republicanamente, y no según quien es el propietario del arma (lo que sería el despotismo), y su pretensión, entendemos, es que esto que ya acontece en el interior del estado se produzca a nivel mundial.

Pero lo que la justicia señala es precisamente quien tiene derecho y, por lo tanto, en que medida diferenciada puede recurrir a la violencia que le pone a disposición el estado, por lo que la agresión, la violencia, no disminuye con esa supuesta “arma pública” (la ONU misma asume y adapta esta concepción).

Así se entiende que la más atenta lectura de su proposición, en términos positivos y claros, resulte en algo muy extrañamente sospechoso: 'La autoridad suprema (que, realmente, no puede dejar de ser en este sistema particular, privada), al tener el poder sobre los demás, brinda el recurso útil de dar seguridad de que una persona (o estado en el caso de la ONU) no pueda agredir a otra si antes ésta no le ha agredido'. Según este razonamiento ¡se elimina así la agresión absolutamente! Algo que es totalmente irreal y falaz, pero lo que no se puede negar es que, en efecto, tal proposición le satisfaga al poder, a la autoridad suprema (también se puede considerar una tautología –como la autoridad pública es pública, todo lo que ella decida, la violencia que imponga es legal por defecto - precisamente la política del pensamiento "legalista" chino cuya tutoría llevó al emperador Qin hace 2200 años a unificar China para resultar ya entonces practicamente el país que conocemos ahora).

Ahora bien, ¿que dirían de esta argumentación –si pudieran- la inmensa mayoría explotada, marginada del mundo? Esa mayoría ingente que sufre la miseria, la violencia, que es forzada a servir, humillarse, prostituirse, degradarse ante el poderoso para simplemente poder comer, sobrevivir ¿no tienen derecho estos a quejarse de la agresión por el simple hecho de que ésta sea legal?

Quizás la respuesta de Kant sería; esos sometidos por la fuerza, esos marginados (pudiera ser el 90% de la población mundial) están bajo gobiernos despóticos, o no democráticos/republicanos, en ellos no hay derechos humanos, pero, ¿no será más ajustado decir que están explotados por los imperios y las potencias (democráticas/republicanas) –pues se puede vivir, sí, sin muchos bienes materiales felizmente (como los salvajes de las islas del Pacífico o la gente de los pueblos), pero lo que es más difícil, insoportable, es pasar a depender de otro para comer y que éste te pueda utilizar a su discreción, te prive de libertad, y al que hay que servir en contra de tus mismos y propios intereses.

La violencia es inmediata y permanente, el arma actúa de continuo, por eso no puede definirse en términos de antes y después, esto es, según la historia. La historia es sí el cambio en la relación de fuerzas, que mantendrán ese sistema de derecho a su conveniencia, 'legitimarán', 'legalizarán' el cambio, pero nada tiene que ver esto con la paz, con la ausencia de violencia. El mal es la agresión, eso es lo que hay que resolver, y no justificar el poder. Y, en efecto, Kant, en realidad, no está planteándo aquí la paz, la eliminación de la violencia, de la agresión, del arma, eso no le estaba permitido, es decir, le era impensable, por lo que se limita a justificar, explicar, el derecho a utilizarla.

En la experiencia histórica china se constituyó un imperio que abarcaba “todo bajo el cielo”, es decir, un sistema de derecho común, pero eso no bastó para traer la paz. Una y otra vez, la concentración de la riqueza y el empobrecimiento del campesinado fue la causa de la guerra –ya que el derecho (formal) implica que una riqueza (material) se conserve en tanto se aumenta. Así la guerra en China toma la forma que definen solemnemente las palabras con las que da comienzo solemnemente el libro Los Tres Reinos -el dedicado a la guerra de entre Cuatro Grandes Clásicos Chinos: “El imperio está unido, debe romperse, el imperio está roto, debe unirse” (incluso cuando el inmenso estado chino fue conquistado en algunos periodos por pueblos exteriores, siempre fue debido a la colapso previo del sistema poder interno). Kant achacaría el fracaso del estado chino en mantener la paz a su sistema despótico. Y, en realidad, el estado chino hizo todos los esfuerzos que pudo para controlar y regular ese ineludible y dramático proceso que conocía tan bien y evitar que la creciente generación de marginación de su sistema acabase en su derrumbamiento una y otra vez, así, muy seguramente, con ese fin facilitó la entrada del budismo, pero, lo intentó, sobre todo, con el funcionariado, precisamente la misma solución del comunismo.

Con la diferencia de que en nuestra época el comunismo chino, tras una primera experiencia de consolidación del estado con el maoísmo, es ya capaz de exportar la pobreza que genera en tanto se capitaliza de modo que no incide ahora en su propia seguridad, tal como han venido haciendo las otras potencias.

domingo, 5 de julio de 2009

De como las Bases Previas niegan la posibilidad de las Bases Definitivas de la Paz Perpetua

El proyecto de Paz Perpetua de Kant.

El proyecto de Kant comienza señalando en un breve párrafo considerado satírico a la paz perpetua de los cementerios, con lo que nos indica que él no espera verla.

Y, por tanto, que no sabe como pueda ser entre los vivos, es decir, nos expone así de entrada su ignorancia. A Kant le preocupan las condiciones de posibilidad de lo real.

Después distingue el pensamiento especulativo del filósofo frente al proceder práctico del político, porque, en efecto, Kant entiende que su discurso no está en directa incidencia con la realidad.

Y comienza su tratado con las

Bases previas para la paz perpetua entre los estados.

La primera base previa dice así: “No debe considerarse válido un tratado de paz al que se haya arribado con reservas mentales sobre algunos objetivos capaces de causar la guerra en el futuro”.

“Un tratado semejante solo sería un armisticio (Waffenstillstand), una tregua entre dos hostilidades y nunca una verdadera paz. Ésta significaría el fin de toda hostilidad; sumarle el adjetivo perpetua sería ya una redundancia sospechosa.” Redoblemos nuestras sospechas ya que Kant mismo utiliza tal adjetivo para título de su Tratado, y lo ha encontrado en un cementerio.

Por lo tanto, ningún tratado entre estados es, ni ha sido, ni será válido jamás. Puesto que ningún tratado de paz de la historia ha llevado al desarme, ninguno ha sido más que un armisticio. Y, como está dicho hasta la saciedad, disculpe el lector, el estado es la unidad armada, el arma. Aquí podríamos dejar de leer. Eso nos dice Kant claramente.

Nos encontramos en la misma entrada del Tratado con la conocida definición de Rousseau, o de Platón en las Leyes, del “estado de guerra” o, según otros autores, la circunstancia invariable del hombre como “guerra absoluta”, que también se expresa como “estado natural o de naturaleza”.
Desde esta percepción resulta más verdadera que la de Clausewitz la expresión de Foucault de que “la política es la guerra continuada por otros medios”. Y al igual que el objetivo positivo de la guerra (en el acto de la destrucción) es “desarmar” al enemigo, el objetivo de la guerra absoluta es también desarmar al enemigo al tiempo que armarnos nosotros mismos. Así que esos son los objetivos políticos que señalaba más arriba Rousseau que subordinaban a todos los demás –e impedían la paz.

De este modo, la expresión más acertada de esa realidad humana primordial está puesta en sus justos términos por Cervantes, del cual, como siempre, se podrá dudar si lo escribió con inteligencia o sonó la flauta por casualidad, éste enuncia que “es lo mesmo las armas que la guerra”. Ésta es la expresión más certera en tanto que la autoconciencia del hombre percibe que las armas están actúando siempre ya desde su potencia y, por lo tanto, siempre en acto; “el arma alarma” sería la expresión de esa realidad. Un cuchillo de cocina no es un arma por que lo podemos dejar en el cajón sin mayor preocupación, pero el arma nos mantiene pendientes todo el tiempo. E igualmente, el arma, el estado, a diferencia del cuchillo, por necesidad tiene una razón de ser, esto es, un “enemigo” que ha de ser creado incluso si no existiera para dar sentido a su ineludible disposición armada, necesitada de uno o diversos objetivos, tal como explica Carl Schmitt.

En la segunda base previa Kant hace equivaler el estado al hombre; así dice: “Ningún estado independiente, sea cual sea su tamaño, puede pasar a formar parte de otro Estado por medio de trueque, compra, donación o herencia”.

Lo que justifica diciendo que “el estado es una sociedad de hombres y solo esta sociedad puede mandar y disponer sobre si misma”, pues “sería como anular su vida de persona ética y hacer de la persona una cosa”. Kant, supongo, está intentando dar fundamento especulativo a un requisito formal del derecho para llevar a cabo la paz perpetua que ya encontramos en el abad. Y continua; “A este grupo pertenece el alquiler de tropas que un estado contrata con otro para emplearlas contra un tercero que no es adversario común. En este caso, hay un abuso de los ciudadanos y una consideración de estos como cosas”.

Esta condición formal, del derecho, o Base Previa es igualmente correcta como tal, pero igualmente irrealizable. Las unidades armadas se han ido integrando en otras hasta ser lo que son ahora, y en algunos casos se han desintegrado de otras para ser unidades independientes actualmente.

Esa sociedad llamada estado es una organización y, por tanto, tiene un sentido definido; es una persona jurídica, que tiene un fin, una razón de ser; concretamente, por ejemplo, los objetivos definidos por Rousseau y no los puede cambiar, mientras que una persona física es libre para determinarse en todo momento; el hombre bien puede utilizar la mano para dar un puñetazo como para hacer una caricia o llevarse alimentos a la boca, el brazo –aunque en inglés brazo sea arm- no alarma, no determina en potencia.

La tercera base previa reza: “Los ejércitos permanentes deben desaparecer permanentemente.”

“No puede dudarse de que los ejércitos permanentes son una constante amenaza bélica para los demás Estados porque siempre están listos para la guerra. Además, los gastos causados por el mantenimiento de un ejército hacen que la paz se vuelva más intolerable que una guerra corta. Cada Estado se empeña en superar a otros en armamentos, y como acrecentarlos constantemente motiva gastos destinados al ejército, ellos mismos son causa de agresión, con un único propósito: liberar al país del peso de gastos militares”.

¿Como van a desaparecer los ejércitos permanentes? Si la identidad de un estado es ser una unidad armada.

Kant aquí, como en general en el resto de su tratado, basa la posibilidad de su argumentación en el uso de la misma falsa analogía entre el hombre y el estado y guiado por esa concepción una vez más Kant propone que el estado sea de la misma manera que el hombre; que su dedicación a la guerra sea casual.

Nos podemos imaginar estados pequeños quizás con semejantes fuerzas “casuales” o sin ejército como Suiza o Costa Rica, los que, armados o sin armas, están a expensas de las relaciones entre las potencias en cualquier caso, pero es inimaginable que los ejércitos permanentes de las potencias desaparezcan, aunque, quizás, lo que pretende Kant es que las potencias mismas dejen de existir según pudiera implicar con su “ideal” de republicanismo. En esta misma línea de pensamiento Kant tendría que explicarnos…. ¿por qué el defensor y baluarte de los DDHH en el mundo es EEUU y no Suiza?

Pero, en todo caso, ¿cómo preparar, entrenar, de modo “casual” al ejército?, y, sobre todo, ¿cómo tener preparada la ingente necesaria maquinaria bélica? ¿Acaso ignora Kant que la maquinaria bélica es la maquinaria? No es solo imposible, sino absurdo, aunque Kant concede que se pueden hacer “ejercicios militares”.

Por otro lado, Kant dice bien que “cada estado se empeña en superar a los otros en armamentos”. Pero continua; “y como acrecentarlos constantemente motiva gastos destinados al ejército, ellos mismos son causa de agresión, con un único propósito; liberar al país de gastos militares”. Sin embargo, la URSS no fue derrotada en semejante guerra corta como presupone Kant que debía suceder, ya que se habría tratado posiblemente de la guerra semifinal, la URSS fue derrotada en la carrera misma de armamento.

Añade Kant “Toda gente a sueldo para morir o matar implica usar al hombre como máquina a manos de otro, lo cual no se concilia con los derechos de la Humanidad en nuestra propia persona.”

Kant no abunda en este interesante punto. Los que reciben un sueldo –también para comer y vivir- por prestar algún servicio a la sociedad lo reciben de un modo secundario o subordinado ya que lo primero para el estado es generar el sueldo para sus caballeros y soldados. El último sueldo que se puede quitar es el de estos; puede prescindirse de la comida (caso, por ejemplo de algunos países africanos), de la limpieza, del transporte, pero lo primero es siempre la seguridad; para que un Estado exista es necesario que existan primero los soldados, luego después puede haber leyes, cárceles, sistemas de gobierno y demás, y sin ellos desaparecería la estructura del estado –la propiedad privada misma- y, o bien, otro estado pasaría a suministrársela o tal sociedad civil simplemente se disolvería. Finalmente, en efecto, la garantía última de todo derecho reside en el país hegemónico -la superpotencia- que es el último que podría prescindir de ejército, pues el mundo se rige por la fuerza. Las armas están actuando siempre.

En las Tres Bases Previas siguientes Kant pretende regular el trato entre los estados, a los que, sin embargo, ya había identificado como “en estado de naturaleza”. Estas regulaciones podrían calificarse de reglas globales y también como reglas humanitarias, como, por ejemplo, no emplear espías, no torturar al enemigo, o tratarlo indignamente, o, como actualmente se propone, no utilizar determinados tipos de armas, etc. (En ese grupo de las causas humanitarias podríamos incluir también la lucha común de las naciones ante el cambio climático, contra la pobreza, etc).

La regulación de la violencia simplemente no tiene sentido; un arma es todas las armas, hasta el punto que no tiene sentido distinguir entre armas ofensivas y defensivas. En este sentido Rousseau advierte bien que una vez formada la primera sociedad se formaron todas, pues o queda uno sometido a ella o se libra solo formando una unidad semejante solo que contrapuesta. Kant está valorando aquí la potencialidad del arma al tiempo que oculta su acto; la privación de la libertad. ¿Acaso porque ciertas armas nos parezcan demasiado destructivas –algo totalmente inevitable con los medios técnicos con los que contamos- vamos a poder limitarlas? No es posible que un contendiente limite las posibilidades que le podrían permitir ganar, cuando lo que está en juego es la vida, y más que la vida, la libertad. Si fuera posible regular la violencia, con reglas, con palabras, podríamos resolver los conflictos jugando partidos de futbol. Clausewitz, ingenuo discípulo de Kant, considera la guerra una forma de resolver los conflictos y no su condición natural.

Con independencia del pensamiento de Kant, advertimos aquí, que las Bases Previas a las Bases Definitivas son Bases irrealizable y, por tanto, las Bases Definitivas que han de sucederlas están ya negadas de antemano.

Kant deja sin resolver el problema de como proceder con el desarme -con algún desarme-, a lo que señala con la expresión literal de que los ejércitos permanentes "deben desaparecer" sin apuntar a ninguna operativa para ello. Pero está señalando el desarme como "una Base Previa" de lo que realmente hemos de suponer la causa que el desarme pudiera llevarse a cabo; la Confederación de los Estados. Comienza Kant pues su tratado con una flagrante deficiencia, contradicción ¿Consciente? Quizás, imposibilitado de exponer su tratado sin contar con los Estados y, por tanto, con su Confederación.